Es necesario recordar que el primer paso será
siempre, desarrollar la acción conjunta, que permita el juego
colaborativo, simbólico y social.
En el caso de que existan pocas habilidades comunicativas y/o verbales se recomienda:
- Escoger un material simple, que pueda ser manipulado fácilmente por el niño.
- Usar juguetes que permitan alternar turnos (encajes, puzzles, muñecos).
- Usar animales de juguete, muñecos y objetos cotidianos para construir acciones cotidianas dentro del juego (lavar, comer, dormir, etc.).
- Intentar mantener la actividad con un solo tipo de materiales o situación por al menos 5 minutos.
- Usar un lenguaje simple, de frases cortas, indicando y nombrando los objetos a usar, de modo reiterativo, para que el niño entienda claramente y pueda incluso repetir algunos gestos o palabras.
- En ocasiones, jugar en espacios reducidos y con pocos objetos, para que el niño atienda a las acciones y las personas de modo regular.
- Incorporar nuevos juegos o materiales de modo progresivo, pero lento, para diversificar los intereses del niño.
- Premiar con abrazos o elogios el buen comportamiento.
- Ante rabietas, pataletas o agresiones, suspender el juego. Conviene hacerlo ordenar todo (le guste o no) a modo de consecuencia negativa de su mal comportamiento. Ofrecerle volver a jugar una vez calmado.
Para el caso de niños con habilidades verbales:
- Escoger juegos o materiales que permitan turnos, roles y que puedan incorporar lenguaje.
- Equivocarse para que el niño nos corrija.
- No entender, para que el niño nos explique.
- Negociar reglas de conducta como normas del juego (el que habla, se para, etc., pierde).
- Otorgar el rol directivo al niño para que verifique si lo hacemos bien o cumplimos las normas.
- Variar la frecuencia de triunfos y derrotas. Cuando el adulto pierde, mostrarle al niño diversas formas de reacción frente a la frustración, para luego incorporarlas a las normas de conducta.
- Variar las personas o pares que puedan ser incorporados a los juegos. Es importante recordar que la emoción surge de la interacción entre los aspectos biológicos heredados y las maneras de vincularse con los demás.
Por esta razón, siempre que nos encontremos frente a
un niño o niña con problemas de lenguaje y comunicación, el mayor
esfuerzo para la interacción habremos de ponerlo nosotros, ayudando a
los menores a observar, identificar y manifestar todo tipo de emociones,
para que puedan construir un desarrollo social y afectivo lo más
completo posible.
Por último, nuestra actitud debe ser regular,
coherente con los límites que vamos poniendo y con un sentido gradual de
exigencia. Generalmente, los logros son progresivos, por lo cual, los
adultos necesitamos, tanto como los niños, prepararnos para enfrentar la
frustración frente a las dificultades que el manejo conductual
presenta, a terapeutas, profesores y, por sobre todo, al entorno
familiar. Este último, debe actuar de manera concertada, apoyando no
sólo la terapia, sino, que también, los límites y reglas que los padres
proponen, ya que son estos últimos, los que deben y necesitan convivir
diariamente con sus hijos/as y sus dificultades.
El juego y el manejo emocional
Otro
aspecto a considerar a favor del juego, es que jugar es muy distinto de
frustrarse. Jugar es hacer lo que me gusta, es aprender a disfrutar lo
que me cuesta un poco más, hasta hacer del aprendizaje algo entretenido
y, por tanto, algo que me permite compartir con personas, aun cuando
exista un alto nivel de exigencia social.
De este modo, más que imponérseles reglas de
comportamiento, son los niños quienes incorporan de modo natural ciertas
conductas y actitudes, sin necesitar un control estricto, rígido o
agresivo por parte del adulto.
Para el caso de niños con trastornos mayores, el
hecho de enseñarles a jugar de modo diferente con un mismo objeto, o a
manipular diversos materiales, permite que aumente el rango de intereses
y motivaciones, a la vez que ayuda a desarrollar una conducta y
emocionalidad más flexible. Esto resultará a la larga en niños cuyo
comportamiento entrega más elementos para poder trabajar o estimularlos,
junto con el hecho de tener mayores oportunidades de ser consolados y
poder así manjar la frustración frente a las dificultades cotidianas.
Un niño que usa una mayor variedad de objetos (vasos,
cepillos de dientes, lápices, bloques, autos, muñecos, etc.), no sólo
puede entretenerse más, realizar más acciones en su mundo físico, sino
que además, entrega más oportunidades para interactuar con él, debido a
que tiene más objetos de atención y motivación. Un niño que hace más
cosas, por sencillas que sean, está más en el mundo, pide más cosas y
mira más acciones o situaciones.
El hacer algo, siempre implica cambios neurológicos y
fisiológicos, los cuales son interpretados por el organismo como una
emoción. Tal emoción surge de manipular objetos, sentir cómo el cuerpo
se mueve, percibir colores, formas, texturas y escuchar las voces que
nos alientan, las caricias que nos premian y los abrazos que nos
transmiten la emoción de quien nos cuida.
Un niño que hace más cosas, tiene más emociones. Si
es observado y premiado socialmente, tiene emociones positivas
construidas en la interacción con otros. Comienza a hacerse “adicto” a
tener atención y a interactuar de manera positiva con los demás. Es muy
frecuente que luego de unas semanas de juego y acción conjunta, muchos
niños miren más, requieran atención social, manipulen de otra forma
objetos comunes u ofrezcan los objetos al adulto como una forma de
invitarlos a participar de una actividad.
Es fundamental que cada niño/a pueda interesarse por
muchas cosas, compartir actividades con otros y poder participar por
períodos de al menos 5-10 minutos en cada juego. A esta capacidad básica
para la interacción humana se le llama Acción Conjunta y, como ya
señalamos en otro capítulo, corresponde al primer objetivo a desarrollar
en casi la mayoría de los niños con dificultades de comunicación o
interacción social.
Luego de lograda, la acción conjunta permite generar
instancias de juego colaborativo, alternancia de turnos y roles y
compartir juego simbólico. Todo esto estará mediado por la comunicación
no verbal y el lenguaje, facilitando el aprendizaje significativo y
funcional. Es importante que lo que se aprende, sobre todo en relación
al lenguaje y la comunicación, le sirva a los niños para obtener cosas,
acciones , información o atención, a la vez que puedan usarlo para dar
órdenes, modificar la conducta de los demás o comprender sus propios
estados emocionales.,
Más adelante, en el desarrollo, podremos jugar con
las emociones, mostrando caras de pena, cansancio, enojo o haciendo reír
o llorar a muñecos. Jugaremos a consolar, alimentar y cuidar a muñecos o
a los adultos o simplemente, nos haremos cariños de cuando en cuando,
cada vez que se realiza una acción requerida, manteniendo una constante
estimulación emocional en beneficio del desarrollo afectivo y social de
los niños.
Recordemos que a los padres nos está permitido jugar,
más ahora que sabemos los beneficios fisiológicos, cognitivos y
emocionales de la actividad lúdica. Volver un poco a ser niños nos ayuda
a ponernos en el punto de vista de nuestros hijos y disfrutar con cosas
tan simples como una caja, unos muñequitos o saltar desde un escalón.
Antes de tener trabajo, casa y responsabilidades,
nuestra vida se construyó en el descubrimiento cotidiano de las
posibilidades infinitas de jugar en cada rincón, con cualquier objeto y
con cualquier persona. Una vez estimuladas la Acción Conjunta y el
Manejo Emocional, podemos volver a disfrutar cotidianamente del juego
con nuestros hijos y descubrir que el esfuerzo ha valido la pena, por
esos momentos especiales, que ninguna otra persona conoce o disfruta,
sólo nosotros.
Extracto del capítulo VI del libro Mi hijo no habla
© Miguel Antonio Higuera Cancino, todos los derechos reservados.)
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